top of page

Cuando la verdad importa poco

23/8/24

Por

Dr. Orlando Arciniegas

El Dr. Orlando Arciniegas nos regala este texto que bien vale una reflexión

Desde el 28 de julio del corriente, un día electoral, sin el antecedente de alguna tradición de agudos debates filosóficos, nos hemos enzarzado en una discusión apasionada sobre la verdad y la mentira. El hecho de no haber sido presentadas oficialmente las actas electorales, como está prescrito legalmente, ha dado lugar a la gresca, en la que lo más menudo de ella puede ser la confrontación de pruebas y pareceres. Esto, después de haber presenciado la más asimétrica de nuestras competiciones electorales, una en la que pudimos ver que, quien osara vender a los opositores en ayunas, empanadas para mitigar el hambre ―fuesen de queso o de pabellón―, corrían el riesgo del cierre y multa de sus negocios. Asimismo, si la venta fuese de chicha o papelón frío. Cosas que, supongo, no se habían visto en este país ni siquiera en tiempos del  Mocho Hernández, atrás en el siglo XIX, cuando los desafueros en su contra tanto de Joaquín Crespo como de Ignacio Andrade, acrecieron su popularidad y condición beligerante.    

Buscaba el gobierno con ello, crear temor entre los pequeños vendedores de esa clase de alimentos. Igualmente, contra quienes se atrevieran a transportarlos. Tratos que, si bien pudieron amedrentar, también influyeron, y mucho, en la preferencia popular que se le dio al candidato opositor, Edmundo González. Pero volvamos al encrespado debate entre la verdad y la mentira que se produjo una vez llegado el momento de dar a conocer los resultados electorales. Lo cual nos enfrascó en una contienda que encendió ánimos y conllevó, incluso, la participación de la comunidad internacional. En esas estamos.

Antes, digamos, que a lo largo de la historia y en todas las culturas, las comunidades humanas han dedicado ingente atención al tema central de “contener” lo falso. Los filósofos, los más, han tratado de definir lo falso, a la vez que lo estigmatizaban. Los líderes éticos y religiosos han subrayado el peligro social de la mentira sistemática. Mientras escritores y artistas, a la par que refinaban al máximo la retórica y las artes de la narración, dejaban en claro lo ficcional de lo real. Tarea en la que han sido acompañados de pensadores políticos y juristas en la búsqueda de estrategias para limitar la propagación de la falsedad en la vida social.

Mientras, por otra parte, científicos e investigadores sociales se han dado a la tarea de idear métodos y procedimientos para reconocer la falsedad y corroborar la verdad. De modo que, desde distintas trincheras, pues, se insiste en señalar el carácter dañoso ―pernicioso― del mentir y las mentiras, entendidas estas como representaciones intencionalmente falsas de la realidad, pero de alguna manera creíbles, que, en todo caso, por la salud de la sociabilidad, debieran mantenerse en gran parte al margen de la vida colectiva. Sin embargo, hemos de admitir que la mentira goza de buena salud. Y que no es que se mienta más que nunca, sino que internet y las redes sociales le han dado esta vez a la mentira una mayor profusión; excesiva, si se quiere. Como nunca antes.

Lo cierto es que la posibilidad de representar, mediante el lenguaje, no solo lo que es, sino también lo que no es, un rasgo consustancial, propio, de la cognición humana, nos pone ante el hecho irremediable de tener que coexistir con la mentira. A la que, sin embargo, podemos combatir forjando una mayor impronta ética en nuestra vida social. Introduciendo en la educación con mayor valor e importancia el significado de la verdad, y de la autenticidad frente al postureo. Así como estimulando de mil maneras el periodismo de compromiso social. Advirtiendo, para no volverse un Torquemada cualquiera, que la mentira no es necesariamente pérfida, sobre todo si pensamos en el arte, donde, por ejemplo, hay un vasto campo para la creación de simulacros falaces del mundo, incluido el mundo interior e invisible de las emociones. Y, al decir esto, pienso en el teatro y en el cine. Sin negar ninguna otra posibilidad.   

Ahora bien, pensar el presente en relación con lo falso nos introduce en una gran preocupación. Admitida la hipótesis de que la falsificación sea parte de la cognición humana, y que durante siglos las prácticas y teorías de la falsificación se hayan alternado en un cierto equilibrio inestable con las prácticas de descubrir la impostura y la falsificación, es también cierto que el cambio tecnológico impacta profundamente a favor de las culturas humanas de la falsificación. El escaneo digital 3D y otras tecnologías avanzadas permiten la construcción de falsificaciones que se pueden experimentar como auténticas. Se nos puede decir que son réplicas, lo que no impide que los individuos actuales, nosotros, interactuemos con falsificaciones sin saber que lo son y sin tener la oportunidad de distinguir la realidad de la ficción, la verdad de la impostura.

Y de esto no veamos solo las ventajas del caso, que sin duda las tiene, sino el peligro de borrar el umbral de lo real y ficcional, y, sobre todo, de lo veraz de lo mendaz. Recordemos que las técnicas para la producción de ilusiones de verdad y veracidad (percibidas, pero no reales) tienen en la cultura occidental una larga historia. Pinturas y espejos trampantojos extraordinariamente eficaces, así como la replicación de perfectas formas engañosas. Pienso en el famoso Han Van Meegeren, el asombroso falsificador holandés del pintor Johannes Vermeer. Todo lo cual condujo, de resultas, al desarrollo en paralelo de la elaboración de abundantes métodos para desenmascarar la falsificación.

Pero aún cabe preguntarse: ¿Acaso las más modernas tecnologías y el desarrollo que en lo inmediato es previsible no abren una gran ventana al campo del falseo de la moneda, la escritura, el arte, la doctrina y el pensamiento? El tiempo lo dirá. Y pudiera ser avasallante.

Menos mal que, entre nosotros, la actual disputa acerca de las máquinas de votación, una tecnología sofisticada, y un tanto lejos de la plena comprensión de un simple mortal, ha estado a cargo de personajes como el señor Amoroso, un verdadero “erudito a la violeta”, cuya docta pretensión se funda no en el saber, sino en el cargo, especialmente dispuesto para las picardías, en el que en su empeñoso intento de hacernos saber lo que no es, se ha dejado ver las costuras del escaso conocer, produciendo el desopilante sainete que hubiera protagonizado un señor Neandertal si hubiera tratado de explicarnos, racionalmente, un eclipse lunar. ¿Estamos?

Posts más recientes

16/12/24

Un poema inspirado por Niños de las Brisas

De su ruidoso y emotivo paso por Madrid, queda este hermoso poema de Danila Guglielmetti

5/12/24

Niños de las Brisas en Madrid

Se ha iniciado la campaña promocional de su candidatura a los Premios Goya

23/11/24

Lo último de Harari: Nexus

Comentarios sobre el más reciente best seller de Yuval Noah Harari

bottom of page